sábado, 31 de octubre de 2009

El Santísima Trinidad (y los bocadillos de jamón)


El Santísima Trinidad

(y los bocadillos de jamón)


Nuevamente estoy en danza. Se trata de un “pequeño” recorrido por Andalucía. Una especie de puesta a punto, un suculento aperitivo, sazonado de encuentros lúdicos y previo al inicio del GRAN VIAJE.

En lo que ya llevo, he asistido a dos jornadas de juegos: El impresionante Festival Internacional de Juegos, Córdoba 2009, que pese a lo elevado que dejó el listón el año pasado, en éste ha logrado superarlo. Y las Jornadas ERIAL, en Mollina (Málaga), más modestas en medios y pretensiones, pero en las que también he disfrutado un montón.

No me extenderé en los detalles de ambos acontecimientos. Para ello tenéis sus respectivas páginas web y los foros de la BSK. Como el buen viajero que pretendo ser, trataré de centrarme en los desplazamientos realizados y en las vivencias de los mismos, tratando, como de costumbre, de escribir para todos. Aunque, quienes al leer el título, ya han sabido de qué se trata y que el artículo correcto es que he puesto, “el” y no “la”, lo disfrutarán con un poquito más de complicidad.

En Andalucía me encuentro muy a gusto. Sus gentes, su clima y su gastronomía, forman un poderoso cóctel, al que me rindo con suma facilidad. Vaya, que me lo paso estupendamente cuando estoy por estas tierras. Y en esta ocasión, aprovechando la asistencia a las jornadas referidas, pensé en desplazarme un poco más hacia el oeste y visitar, o bien los Pueblos Blancos, o Cádiz, Sanlúcar de Barrameda y, especialmente, El Puerto de Santa María. El primero de esos proyectos no prosperó, con lo que la opción ya estaba clara. Pero, he agregado una etapa no prevista inicialmente y me encuentro en Málaga.

Para los no conocedores del asunto, aclaro que El Santísima Trinidad, fue el mayor buque de madera construido en todos los tiempos. Participó en la batalla de Trafalgar, en la que fue apresado tras sufrir cuantiosos daños, siendo hundido pocos días después. Nuevamente invito a quienes sientan algo de curiosidad, a bucear un poquito en la historia de esta nave y de su época. Existe muchísimo material por ahí. Tan solo hay que tamizarlo.

Hace ya casi un año, mi buen amigo Jorge Solari, durante el trascurso de una conversación sobre la afición que compartimos (juegos de simulación bélica o wargames, y en este caso, miniaturas navales de la época napoleónica) me mostró las primeras fotos del Santísima Trinidad.

No di crédito a mis ojos. ¡Alguien había construido una réplica a tamaño natural! Quise obtener más datos, pero como teníamos otros temas pendientes, lo pospuse para mi regreso a España, ya que desde Buenos Aires, ciudad en la que me encontraba, esas averiguaciones resultaban más complicadas.

Ya lo tenía casi olvidado, cuando una de esas casualidades de la vida y de internet, buscando no recuerdo qué, me topé con la página del barco. Supe que está fondeado en Málaga, que se utiliza de discoteca y que tiene un museo, un bar y un restaurante, además de un club de amigos. Yo estaba en Córdoba y dentro de pocos días me iba a aproximar aún más, concretamente al norte de la provincia de Málaga. Así que solo cabía decidirme y dar el último paso. Y para ponérmelo aún más fácil, podría utilizar el autocar de las jornadas que retornaba a los participantes a Málaga capital. ¿Qué más se puede pedir?

Así que, ni corto ni perezoso, reservé un par de noches en el albergue y partí. Cádiz quedaba aplazado ese par de días.

Llegue pues a Málaga el domingo a última hora. El lunes podría visitar el buque y la Alcazaba, que es otro lugar que también quería conocer. Pero, surgió el primer inconveniente, el lunes la Alcazaba está cerrada. Bueno, no pasa nada. Otra vez será.

Así que he dedicado la mañana a otros menesteres y por la tarde, me he encaminado hacia el puerto. Pero antes de seguir, abro un inciso gastronómico. ¡¡Qué bueno que está el jamón en Andalucía!! Nada que ver con el de Barcelona, salvo que te dejes la cartera en el empeño. Por suerte aquí es lo habitual y sale a precios locales. En Mollina, el sábado disfruté de un magnífico bocadillo y ayer por la noche, ya en Málaga, vi un bar y como se notaba bastante movimiento de gente pensé que era el lugar idóneo.

En la pared tenía una atrayente carta de especialidades, a cual más apetecible, pero ya puestos, dirigí mi mirada a la parte del jamón, encontrando un bocadillo al que le agregaban, tomate, pimientos fritos, y algo más que he olvidado. ¡¡Ñam-ñam!! Que rico que tenía que estar.

Sin embargo, No lo pude probar. El dueño me echo el jarro de agua fría, indicándome que, como recibían muchos pedidos por teléfono y era la hora punta, el pedido demoraría, nada más y nada menos que ¡¡¡tres cuartos de hora!!! No dudo que la calidad debía de ser elevada y la relación calidad-precio, óptima. Pero me pareció un lapso excesivo. También aquí debí decir, bueno, otra vez será. (Pero me comí un pastelito, que estaba de rechupete. ¡Toma ya!)

Y hoy, mientras me acercaba al puerto, he pasado frente a un local con todo el techo repleto de jamones colgando. Naturalmente que he pensado: “esta es la mía.” Y ha caído otro bocadillo, igual de bueno que el del sábado. Para que entrar en comparaciones, si ambos estaban la mar de bien.

Al doblar una bocacalle, ha surgido al fondo la arboladura con sus correspondientes jarcias, que no podían ser de otro buque más que del que buscaba. Así que me he ido acercando y he sacado la cámara, comprobando entonces que, tratar de fotografiar, con el bocadillo en una mano y la cámara en la otra, no resulta tarea sencilla. Pero, como todo se aprende en esta vida, lo he logrado con prontitud. Vaya que conforme el bocadillo menguaba –pese a mis esfuerzos en propinarle tan solo bocados comedidos– mi pericia con ambos elementos se fortalecía.

Sin embargo, el momento temido ha llegado. La secuencia lógica de transformación de la materia no se ha alterado y, en un estallido de sabores finales, el corrusco, con los últimos retazos del bendito jamón, ha desaparecido entre mis fauces. Y habrá proseguido su tránsito intestinal hasta llegar a formar parte de mí. Da gusto estar hecho de materiales tan sabrosos.

El buque es impresionante. Pero ya es tarde y comienzo a tener sueño. El resto queda para otro día. Así podréis decir conmigo: Otra vez será.

Àngel Agüeras

Málaga, 19 de octubre de 2009



Y sí, ese otro día ya ha llegado. Tengo un pequeño margen antes de que salga el tren y trataré de avanzar el relato.

Como concluía, el buque realmente es impresionante. Saqué las pertinentes fotos de su exterior y me dispuse a visitarlo. Pero la puerta estaba cerrada. Sí, tiene el acceso por una puerta a nivel del muelle, en vez de la esperada pasarela. Bueno –pensé– una licencia en aras de la comodidad.

El horario indicaba que debería estar abierto, pero no era así. Por consiguiente llamé al timbre y la persona que me atendió me dijo que los lunes, esos fatídicos lunes, cierran antes. ¡¡¡Noooooooo!!! ¿Cómo iba a marcharme de Málaga sin visitar la nave? Así que le dije que me iba al día siguiente, que era un aficionado a la historia y que había viajado hasta Málaga para ver el navío. Todo lo cual es rigurosa verdad. Y él, amablemente, me permitió visitar el buque fuera de horario. Reitero pues mi agradecimiento.

¿Cómo expresar los sentimientos contrapuestos que se generaron? Cómo indiqué, me hallaba dentro de la réplica del mayor buque de madera de todas las épocas. Pero algo no me cuadraba. En su interior existían numerosas licencias.

Recorrí las partes visibles, no a la velocidad que hubiera deseado, pero tampoco a la carrera, todo hay que decirlo. Y hubiera sido fantástico poder degustar un buen ron añejo en las mesitas de la popa o bien, habida cuenta de la ciudad en la que me hallaba, una copita de vino de Málaga. Pero, claro, el bar estaba cerrado. Lo que sí estaba aún en marcha era la música ambiental, en inglés y medianamente movida. Era tan extraño deambular por la nave con esa música de fondo.

De hecho la nave es un negocio con bar, restaurante y discoteca. Y fue construida para ese fin. Y aquí terminan las similitudes con los restantes emprendimientos de ese estilo que conozco. Según me comentaron, el impulsor del proyecto, un empresario de hostelería o del espectáculo, no recuerdo bien, también es un apasionado de la historia y de la navegación a vela. Y se le ocurrió esta locura. Y además, tuvo la audacia de llevarla a cabo. ¡Qué lástima que no existan más personas como él!

¿En qué otra discoteca del mundo hay también un museo? ¿Cuántos otros lugares de esparcimiento han reconstruido un buque histórico? Es cierto que como interesado por la historia, hubiese preferido encontrarme con una recreación más exacta en lo que concierne a su equipamiento y distribución interna. Pero, debo reconocer que la ambientación está bien lograda y que, puestos a mirar, las licencias que se han tomado, son las justas para que el negocio funcione.

No en vano, se trata de un emprendimiento privado que aúna dos factores, a menudo antagónicos. Supongo que obtendrán una adecuada rentabilidad y, de paso, si quienes acuden a la discoteca aprenden cual es el palo trinquete o algo de la historia, todo eso que habremos ganado.

Concluida la visita, charlamos un rato, el cuidador y yo, y le comenté que, en alguna ocasión, yo mismo había estado al mando de ese buque, batiéndome contra los enemigos de la corona y lanzando andanada tras andanada, a diestro y siniestro.

Naturalmente que esto también es cierto. Y quienes me conocéis ya sabéis a que me refiero. Esos incruentos combates se han desarrollado en la ciudad de Buenos Aires y alrededores, sobre una mesa cubierta con un paño azul, con miniaturas a escala 1:1.200 y rodeado de los buenos amigos con los que comparto esta afición. Vaya desde aquí un cariñoso saludo para todos ellos.

Àngel Agüeras

Málaga, 20 de octubre de 2009

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