jueves, 15 de octubre de 2009

La fiesta, el cielo y la muerte (2)

(Segunda parte de la primera parte, que no es contratante)

Aún más fiesta

El viaje de València a Barcelona, está transcurriendo con una placidez maravillosa. La única parte levemente molesta fue el acceso a la estación. Durante toda la mañana, estuvo lloviendo de forma intermitente. A ratos caía algo de agua, a ratos arreciaba, a ratos amainaba y a ratos, incluso se asomaba un furtivo sol. La salida de casa de mis amigos coincidió con uno de esos lapsos de bonanza, pero conforme me acercaba a la boca del metro, comenzó a lloviznar. Y al llegar a mi destino, estaba diluviando. Así que, en los escasos metros que separan la salida del metro (valga la redundancia) con la entrada a la estación del tren, recibí la segunda ducha del día.

Por suerte, aunque nominalmente ya es otoño, la lluvia no resultaba especialmente fría y el trayecto al descubierto era bastante corto. Así que alcancé la estación sin mayores percances y todo fue cada vez mejor.

Por un tema tarifario, había adquirido un billete de clase preferente, lo que me permitió -en tanto aguardaba la salida del tren- disfrutar de la sala especial para esos clientes: Con conexión a internet, barra libre de refrescos, prensa, y mullidos sofás.

Luego del acceso a mi asiento, una copa de jerez de bienvenida, con algo para picar y la prensa diaria. Le siguió al cabo de poco rato un snac, frugal pero muy sabroso, regado con un exquisito Rioja. Y de colofón, además del pertinente café, una reconfortante copa de un sabroso coñac. Uffff. ¡Qué bien me quedé!

Y durante todo el rato pude deleitarme con la magnífica selección de música de uno de los canales de audio, en el que se alternaban piezas de jazz, con otras de música clásica, algunas bandas sonoras y otras varias. Y todas ellas seleccionadas con un gusto exquisito.

Entretanto, el tormentoso paisaje inicial fue mudando a otros cada vez más diáfanos. La masa plomiza comenzó a definirse en profusas nubes, que en estática danza, sugerían formas cada vez más audaces. Y con la mayor naturalidad, en todas las ocasiones en que realizaba alguna pausa en mi escritura y alzaba la vista de la pantalla, matizaban su blanco y me regalaban una exquisita visión.

Da gusto encontrase tan bien. Y eso que dicen que el dinero no da la felicidad. No dudo que es cierto. Pero, en este caso, la ha comprado.

Àngel Agüeras

Tren Euromed 1152, 23 de septiembre de 2009

Y llegué a Barcelona justo a tiempo para dejar los bártulos en la pensión, darme una rápida ducha e ir a la cercana plaça de Sant Jaume, lugar en el que en esos instantes estaba teniendo lugar el pregón de las fiestas, al que no pude prestar mucha atención, pues en el hostal se agregó Francesca, una turista italiana que también quería ir. Así que, durante ese rato, le hice una breve descripción de lo que estaba pasando y de las peculiaridades de los edificios principales de la plaza: el Ajuntament y la Generalitat, gobiernos respectivamente municipal y autonómico.

Concluido el pregón, comenzó el Toc d’inici, con el baile de los diferentes integrantes del bestiari de la ciutat. Y como suele ser ya tradicional, hubo un corto pero intenso castillo de fuegos artificiales al concluir el mismo.

Esta música es interpretada por Els minstrils del cami ral. Una nutrida agrupación musical que, según dice la leyenda, se reúnen una sola vez al año, precisamente para tocar en las fiestas de la Mercè. Y seguramente que debe de ser así, pues lo hacen con unas ganas y una alegría contagiosas. Me imagino que deben de pensar que hay que aprovechar el momento ya que hasta el próximo año no lo volverán a hacer.

Pero cuando ya nos estábamos yendo de la plaza, sonaron unos chirridos. Y me pareció raro, pues estos festejos suelen estar muy bien cuidados. Entonces vimos que unas piedras del ayuntamiento, como quien no quiere la cosa, se estaban saliendo de su ubicación. Y luego se volvían a meter ellas solitas por arte de birlibirloque (o cosa de mandinga, según el entorno).

Luego, ¡¡uf!! no sé cómo contarlo. Ese impactante inicio, fue el digno prólogo a las visiones que se sucedieron, en las que la aparentemente dura piedra, se movía, doblaba, disolvía y cedía su espacio a una cortina vegetal, al fondo marino, a un campo de flores que brotaban sin cesar, a destellos, a focos, e incluso a fuegos artificiales. Un espectáculo precioso. Tanto es así, que lo volví a ver en dos ocasiones más (lo proyectaron tres veces cada día) y me encantaría presenciarlo de nuevo.

Francesca, como buena tana, sugirió que cenásemos pasta. Y hasta la preparó ella misma. Me dijo que eran (cielos, he olvidado el nombre, parecidos a los tallarines). Después, diversas indecisiones, del pequeño grupo que se había formado, causaron que me fuera solo a la fiesta. Bueno, es lo que tocó.

No tenía claro a cuál de las múltiples actuaciones acercarme, así que de entre las más próximas, opte por la más cómoda, que también era la más exótica, pues se trataba de un grupo de Estambul, que no conocía en absoluto: Baba Zula.

Y me gustó. Me lo pasé bien escuchando, pero sobre todo viendo. Y no tanto las evoluciones de sus tres músicos o las esporádicas apariciones de una bailarina. Todo eso, quedo eclipsado por la artista que, a un lado del escenario y sin hacerse notar, estuvo dibujando y borrando durante prácticamente toda la actuación, a una velocidad de vértigo. Manejaba un programa de dibujo con un dominio, con una maestría, que me dejaron extasiado. Y todo en blanco y negro, salvo en una única ocasión en la que hizo brotar naranjas. Y a los pocos instantes de haber creado algo, lo borraba. Pero lo borraba “a mano” con lo que siempre le quedaban restos. Y precisamente esto restos constituían la base para su siguiente dibujo. Esa gran artista es Ceren Oykut.

El día siguiente, diada de festa major, había una interesante actividad, que también se ha repetido hoy domingo, aunque a otro nivel. Se trataba del matí casteller (o mañana “castillera”, si se me permite ese intento de traducción).

Como de costumbre, no aportaré detalles técnicos ni históricos, dejando esa tarea para quienes deseen adentrarse en esa tradición. Aunque, en esta ocasión os lo pongo más fácil, con estos cuatro buenos enlaces:

· http://es.wikipedia.org/wiki/Casteller

· http://ca.wikipedia.org/wiki/Casteller (está en catalán, pero es más completa que la anterior)

· http://www.lawebdelscastellers.com/

· http://images.google.es/images?hl=es&source=hp&q=castellers&um=1&ie=UTF-8&ei=4Pa_SpC1MNWgjAeKy4U2&sa=X&oi=image_result_group&ct=title&resnum=4

Tradicionalmente el día de la Mercè actúan las collas locales y el domingo las de fuera de Barcelona. Con esto se da la curiosa circunstancia de que los anfitriones Els Castellers de Barcelona, cuando reciben a las collas de los otros barrios, son ellos quienes destacan. Y cuando los invitados son las collas de 9 o extra, quedan eclipsados (ellos son de 8). No en vano entre otras muchas cosas, se necesitan un montón de años para formar una buena colla. Y els Castellers de Barcelona, “solo” tienen cuarenta.

Que os podría comentar de la emoción vivida. Ver a la plaza abarrotada que, en el momento de iniciar la construcción enmudece (salvo algún turista despistado). Y se masca el silencio, mientras suena la música de las grallas que, al igual que el cap de colla, van guiando la ascensión. La tensión también crece y cuando se acerca el momento cumbre, es tan, tan palpable, que el público se olvida de que debe respirar.

Al fin un estruendo de aplausos premia la consecución de la obra. Se trata de ese instante en el que la emoción contenida ante la incerteza del logro, estalla y se desparrama por toda la plaza. Y se erizan los vellos y se humedecen los ojos. Ver los rostros de los integrantes, y más especialmente a los de los pisos bajos, con que vehemencia expresan su júbilo, es impactante.

Luego llega la algarabía colectiva, la gresca, la xirinola, la celebración del logro. La materialización festiva de tantas y tantas horas de ensayos y esfuerzos. Habrá sido duro. Eso nadie lo duda. ¡Pero, naturalmente que ha valido la pena!

Las fiestas de la Mercè tienen un notable componente de fuego y pirotecnia. Un magnífico espectáculo es el Correfoc, que no os voy a describir. No os lo voy a describir porque no se puede. Hay que vivirlo, más cerca o más lejos según la decisión personal, pero hay que estar allí presente. Y perderse en el incesante estruendo de timbales y petardos. Y ver los juegos de luces, cuando el humo de la pólvora matiza y difumina la iluminación de las farolas. Y respirar esas nubes de pólvora. Y danzar al paso de dracs i diables Es un espectáculo eminentemente participativo, pero que –aunque no es lo mismo– también puede contemplarse a una prudente distancia, e imaginarse lo que se debe de sentir al estar dentro.

Cada noche, también hubo fuego en el aire. El miércoles el mini-castillo del pregón. Y los restantes días, el concurso de fuegos artificiales del jueves, viernes y sábado y el esperado colofón de las fiestas, el domingo, con su soberbio espectáculo Piromusical.

A las playas de la Barceloneta se puede llegar cómodamente en el transporte público. Metro, autobuses o tranvía según la zona de donde se proceda. Y una vez allí, pese al gentío que se congrega, no hay aglomeraciones, pues el espacio es sobradamente holgado para poder presenciar los castillos sin agobios.

Y así lo hice. Dos días me acerqué en autobús y otro a pie, pues estaba cerca y tenía tiempo. En todas las ocasiones busqué un buen emplazamiento, muy próximo al lugar desde el que se lanzaban, me relajé y me dispuse a disfrutar.

Y sí, disfruté un montón. Ese fuego domesticado que brilla y grita durante tan escasos instantes resulta un regio espectáculo. Las chispas inflaman el aire, trazando cabriolas. El juego de colores, tonos y formas… Pese a todo, y pese a que cada uno de los castillos tuvo sus detalles, sabían a poco. Al fin y al cabo, “solo” se trataba de fuegos artificiales. El plato fuerte quedaba para el domingo y con él, no podían competir.

Y el domingo por la noche, media Barcelona se agolpó en las fuentes de Montjuic. Todos queríamos despedirnos de las fiestas. Y hacerlo de la mejor forma posible: presenciando esa ceremonia de luz, sonido, colores, agua y fuego.

En aquel espacio existe una gigantesca fuente: la Font Màgica de Montjuc. Durante el resto del año, aunque con mayor cadencia durante el buen tiempo, se ofrece un espléndido espectáculo. La fuente va adoptando múltiples aspectos, con surtidores que brotan o se cierran, otros que se difuminan, algunos incluso que se desplazan y todos ellos en una sinfonía de cambiantes colores. Y, por si esto fuera poco, en determinados horarios se le agrega la música, ofreciendo a los espectadores una danza acuática que es un verdadero placer para los sentidos.

Pero la noche del final de las fiestas de la Mercè, aún es más especial. En ese privilegiado entorno, el aire se incendia. Ese cielo, sobre la expectante multitud, recibe infinidad de artefactos, que al estallar se transmutan en las más espectaculares formas imaginables. Destellos de luz, chisporroteos intermitentes, formas fugaces, culebrillas deslumbrantes y toda suerte de truenos, estruendos, detonaciones y tracas, amalgamados con la música, en un todo de una contundencia apabullante.

Hasta la propia luna, que al inicio del espectáculo, lucía ufana en el cielo, después de observar esa maravilla, se tiño de un rosa anaranjado y fue a ocultar su emoción tras la enorme nube que la traca final le dejó de recuerdo. Tal vez le pasó como a mí y no quiso que la vieran llorar.

Àngel Agüeras

Barcelona, 27, 28 y 30 de septiembre de 2009

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