domingo, 19 de abril de 2009

Crónicas de Praga

Compendio de los siete relatos de ese mágico viaje, realizado en septiembre de 2008.






1. Entre pivo y pivo


Realmente tengo suerte. He encontrado otro paraíso, descubierto por casualidad en uno de mis recorridos de itinerario no planificado.

Estoy sentado a la orilla del Moldava, en una hermosa pradera, con patos sueltos y diversos surtidores que, si me coloco en el ángulo adecuado, se transforman en mágicos manantiales de radiante plata, al ser acariciados por los penúltimos rayos del fugitivo sol.

Como en el fondo hay algunos chiringuitos (boliches), estoy disfrutando de lo que supongo un plato típico de aquí. Consiste en patatas, cebolla, un pepinillo y tocino, que, con la inconsciencia que da la ignorancia, he sazonado con una salsa picante, elaborada a base de mostaza, y que parece saltarse las papilas gustativas para actuar directamente en el cerebro. Con estas premisas, no es de extrañar que la gran cerveza inicial mengüe de forma acelerada y pronto deba ser reemplazada por otra que, espero, dure un poco más.

El sol, en estos mismos instantes se está ocultando tras la colina cercana. Por lo tanto, la luz y sus reflejos han experimentado un notable cambio.

Sí, lo he conseguido y estoy en Praga que, tal y como me habían dicho, es una ciudad de cuento de hadas. Su centro turístico, claro. El resto lo estoy descubriendo bastante más real. Y muy, muy apetecible.

He tardado un poquito en escribir esta crónica. Llegué el sábado y hoy es martes. Pero puedo alegar en mi descargo que ha sido por una buena causa, ya que en este lapso he escrito un poema, del que me siento muy orgulloso y que, naturalmente, enviaré a quien me lo pida.

Ya ha caído la segunda “pivo”. Veremos cuanto dura.

Durante estos días, me he dedicado a recorrer la ciudad de forma más o menos aleatoria. Resulta que, además de sus tres líneas de metro (subte), Praga cuenta con una excelente red de tranvías, de todas las formas colores y tamaños imaginables. Así que me he sacado un abono mensual y lo estoy utilizando profusamente.

Hace poquito que un acordeonista ha comenzado a poner música de fondo a la velada. El fulgor del sol ya solo es un recuerdo y la temperatura comienza a descender, por suerte aún de forma suave.

Retomo el tema de los transportes. Los checos son gente inteligente y responsable. Eso también lo demuestran con el sistema de cobros y control que tienen en sus medios de transporte.

Vaya, me habrán detectado. La última pieza del acordeonista fue una habanera y ahora está tocando el Romance Anónimo de Rodrigo.

Decía que en el acceso al metro no hay taquillas, vallas, torniquetes ni ningún otro artilugio que impida el libre paso de los viajeros y a los tranvías se puede ascender (y descender) por cualquiera de sus puertas sin tener que, en ninguno de los casos, mostrar documento alguno. Para los pases y billetes hay máquinas expendedoras en las estaciones y paradas. La gente los compra, los marca y dispone de un cierto tiempo para hacer combinaciones. ¡Que magnífico sistema! Considera a las personas responsables del servicio que utilizan y evita absurdas colas y atascos en sus accesos. Lamentablemente, que lejos nos hallamos, tanto en España como en Argentina, de lograr algo así.

El sol prosigue su invisible curso y la luz comienza a menguar. También la segunda cerveza está a punto de extinguirse y, como son muy grandes, no deseo aventurarme con una tercera. Así que concluiré con una reflexión.

Cuando viajo trato de meterme en bastantes sitios. Como un observador de sensaciones, más que otra cosa. Voy a mercados, templos, parques, barrios, etc. Lo que puedo y me dejan, vaya. Así que no es de extrañar que hoy, entre otros lugares, haya visitado un crematorio.

No ha sido nada premeditado. Simplemente uno de los tranvías que he tomado ha parado allí. Y he sentido curiosidad por saber si se trataba del mismo de Kolja (Preciosa película con niño, que recomienda alguien que detesta las películas con niños. Ésta es diferente y vale la pena.) Y creo que sí. Que debe de tratarse del mismo escenario. O de otro parecido, qué más da. Pero, ya que estaba allí y en ese momento no se realizaba ninguna ceremonia, he sacado las oportunas fotos para poder hacer la comprobación si alguna vez tengo ganas.

El caso es que tras visitar ese lugar, he dado un corto paseo por las ¿sepulturas? (Ignoro si los espacios destinados a contener las urnas con las cenizas, también se llaman así.) Caminaba pues entre ellas y me he detenido, casi magnéticamente paralizado, ante la de alguien que, a todas luces, no debería estar allí. Era sobria y serena, con tan solo una foto y las fechas. Una sencilla resta me ha desvelado que Moškina se fue poco antes de cumplir los 25 años.

Aprendo la lección. La implacable muerte nos golpea con su habitual brutalidad cuando le da la gana. Así que, mientras aún podamos, tenemos que VIVIR. Y crear. Y trascender. Y lograr con nuestros actos que este mundo sea cada día un poquito mejor.


En Praga, a 2 de septiembre de 2008

Àngel Agüeras







2. Mi son es terror para todos los malos demonios

(Esto lo escribí ayer por la noche, pero al releerlo hoy por la mañana, he añadido una matización.)

No tengo una lista de todos los sitios que quiero visitar durante mi estancia. Si me dejo algo, incluso si me dejo algo importante, no se acabará el mundo por ello. Tan solo tengo una breve relación mental de algunos entornos que me gustaría ver, pero nada más. En este anárquico viaje, prefiero guiarme por las sensaciones y seguir el impulso del momento.

Y hoy el impulso me ha dado por ir a un templo.

Al día siguiente de mi llegada, pase por muchos sitios. Y uno de ellos fue la iglesia de San Nicolás en Malá Strana. Recuerdo que entonces me impresionaron sus dimensiones y la belleza de sus líneas barrocas, aunque debo aclarar que en esos primeros recorridos me asombraba caso todo. Ese mismo día y desde una colina cercana, confirme su notable volumen y decidí que la visitaría.

Bien, pues acabo de hacerlo y ya estoy a punto de salir. Tan solo me he tomado una pausa en un incómodo banco, que se clava en la espalda, para escribir esto.

Tal vez tenía unas expectativas desmesuradas. O quizás, al ser mi primer contacto con el arte religioso eslavo, puede haber algún matiz que no haya sido capaz de captar. El caso es que me ha dejado bastante frío. Y no lo comprendo. La arquitectura barroca me gusta, el templo está bien, es grande, está cuidado, es luminoso (pero sin las vidrieras polícromas a las que estoy acostumbrado) y, aunque hay gente, no se producen aglomeraciones.

Pero algo ha debido pasar para que desde el mismo comienzo de mi visita no me implicara y notase una cuasi total ausencia de emociones. Ha habido algunos detalles sueltos que me han gustado, tales como el órgano y el púlpito. Pero la sensación general ha sido otra. Una frialdad y un distanciamiento a los que no estoy acostumbrado. En otras visitas he podido sentir cansancio o saturación, pero lo de ésta no me había pasado nunca. En fin, no puedo hacer otra cosa que dejar constancia de esa nueva sensación.

Aporto, eso sí, un detalle curioso. Una de las capillas laterales está dedicada a San Francisci Xaverii (sic), como si se tratara de un santo italiano, supongo. Tengo entendido que era o vasco o navarro, aunque tampoco sé si en esa época había mucha diferencia.

(Acabo de mirar las fotos que saqué ayer y me han gustado. Por lo tanto, debo deducir que no se trataba del entorno físico, si no del anímico. Tal vez yo estaba incómodo por algo o había alguna cosa en el ambiente que me desagradaba, sin que supiera detectarla pero si sentirla. En fin, misterios sin resolver.)


Al salir del templo he seguido la secuencia natural. Tras reconfortar el espíritu correspondía hacer lo propio con el cuerpo. Y como me notaba “turista” no me ha importado sentarme en la terraza de uno de los múltiples restaurantes que pueblan toda la calle lateral adyacente. ¡Cómo no! Al fin he degustado el pertinente goulash, que ya le tenía ganas, regado con la adecuada cerveza. Pensaba que se trataba de un plato típico húngaro, pero lo estoy viendo con notable profusión.


Para concluir la visita y no dejar las cosas a medias, tan solo me faltaba la torre de la iglesia que, dicen, nunca fue eclesiástica y que siempre perteneció a la ciudad, que la utilizaba como atalaya. También cuentan que durante la etapa comunista, siguió siendo un observatorio ventajoso de los movimientos ciudadanos y, especialmente, de las embajadas occidentales próximas. El caso es que tienen muy claro esa separación iglesia-estado y es preciso sacar otra entrada.

Pero en este caso ha valido la pena. Vaya, no es que me arrepienta de la anterior, si no que esta visita me ha gustado más, pese a ser bastante menos aparatosa.

Subir los 215 escalones que dicen que tiene, con el goulash aún tratando de asentarse, ha sido una tarea ardua, que me he tomado con calma. Sí, ya sé que casi todo me lo tomo con calma, pero en este ascenso, aún lo he hecho un poquito más, si cabe.

La torre tiene una estructura muy curiosa y las escaleras no siguen un patrón uniforme. Giran varias veces, cambian de material, de ángulo… Vaya, que parece como si las hubieran planificado diversos arquitectos, de escuelas diferentes y peleados entre sí y luego, para contentarlos a todos, hubiesen construido un poco de cada proyecto. El caso es que esa falta de homogeneidad le da un encanto muy especial.

También las he podido recorrer a mis anchas, casi sin gente, tomándome todo el tiempo del mundo, parándome donde me apetecía y leyendo las interesantes explicaciones -¡por fin en Español!- de la exposición que había en el mismo recinto sobre las campanas y su proceso de fabricación.

Como excelente complemento, al llegar a una plataforma que circunda la torre, me han dejado un audiófono para poder escuchar como suenan las campanas de otras trece iglesias importantes de Praga, cuyas respectivas ubicaciones estaban indicadas en diversos carteles colocados sobre la barandilla.

Resulta curiosa esta etapa “metálica” que estoy pasando. Me estoy fijando bastante en los trabajos de forja y, que casualidad, lo estoy haciendo justo desde que descubrí que mi abuelo fue herrero.

En los textos explicativos de la exposición indicaban los lemas habituales que se grababan en las campanas checas: “Mi son es terror para todos los malos demonios” era una coletilla menos corriente, que se añadía al texto principal en algunas. Me ha gustado su fuerza, al margen de que un buen Àngel que se precie de serlo, debe controlar los artilugios que le ayuden a mantener a raya a sus oponentes.

Ahora sí que había terminado completamente con el templo. Y como estaba muy cerca del Karlúv most, he ido a recorrerlo, además desde el ‘otro’ lado.

Y sí, es muy hermoso. Tanto el puente propiamente dicho como sus dos torres porticadas, las casitas de los alrededores, las vistas que se disfrutan, etc. Para que seguir. Eso ya sale en todas las guías turísticas.

También me imagino que dirán que se instalan muchos artistas: pintores, fotógrafos y dibujantes en su mayor parte. Y hasta puede que alguna diga, que si tienes suerte, podrás encontrarte con un músico que toca copas de cristal. Es todo un espectáculo ver como prepara el escenario, las llena de agua, las afina, etc. Y como va seduciendo a la gente con graciosos comentarios.

Tras toda esa teatralidad que controla tan bien, ha llegado el concierto. Tres piezas cortas, muy cortas, extremadamente cortas. Es decir, con la duración adecuada. La primera un aria de Bach y la segunda “Plesir d’amor”. Ambas estaban bien. Buenas ejecuciones de un profesional que sabe meterse al público en el bolsillo.

Pero la tercera, ¡ay la tercera! Se trataba de un fragmento de “El Moldava.” Jamás me hubiera imaginado que se podían sacar esos sonidos y menos aún llegar a sospechar que esa música pudiera sonar así. Escuchar El Moldava, sobre el propio Moldava, justo en la puesta de sol y con armonías imposibles, es, es… indescriptible.

Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y esa gloria ha pasado en una exhalación. Naturalmente he comprado el CD y, ahora mismo, en cuanto termine esta crónica, voy a poner esa pieza, tan solo esa pieza y una sola vez.

Así podré dormirme con esa música y ese río, fluyendo en mi corazón. Y con la certeza de que los malos demonios se mantendrán alejados.


En Praga, a 5 de septiembre de 2008

Àngel Agüeras






3. Sobre esperantistas, pilotos y católicos

Llevo bastantes días hablando poco. A ello contribuyen diversos factores: Estoy en una ciudad extraña que habla un idioma que no conozco, además de que me molesta mucho emplear el inglés (aunque no me queda más remedio que utilizarlo con bastante más frecuencia de la que me gusta reconocer) y lo peor de todo, mi naturaleza extremadamente tímida. Sí, soy bastante más observador que actor y eso no favorece precisamente la comunicación.

Esa tendencia se tenía que haber roto el pasado sábado, durante unas horas. Resulta que pude contactar con los esperantistas locales que me invitaron a asistir a la inauguración de la nueva calle Zamenhof. Así conocería a algunos praguenses y podría conversar durante un rato practicando mi Esperanto, bastante agarrotado por la falta de uso. Pero algo extraño debió pasar. Creo que me presenté en el lugar señalado para el encuentro, en el día y la hora que me indicaron. Pero no vi a nadie. ¿Tal vez hubo algún cambio de última hora del que no pudieron avisarme? ¿Se trata de que todos ellos entraron en una distorsión temporal? ¿Soy yo quien se encuentra en un espacio paralelo? O, simplemente, tuve una confusión con los datos de la convocatoria.


Me está sorprendiendo enormemente el cambiante tiempo de Praga. Si ir más lejos, el sábado hizo un día radiante y ayer domingo, todo el tiempo estuvo gris y nublado, con algunas lloviznas intermitentes. Hoy vuelve a ser diferente. Hay bastantes nubes, pero el sol está jugando al escondite entre ellas.

Como ayer el tiempo no favorecía los recorridos por la ciudad, decidí ir al cine. Lo propio habría sido ver una película checa, naturalmente en Checo. ¡Así, a lo macho! Pero me decanté por una alemana que aún no se ha pasado en España y, desconozco por que extrañas razones, no parece que se vaya a estrenar. Éste pues era el momento. Luego me enteré de que algunas de las escenas se han rodado en la República Checa, me imagino que las de las ciudades. Así que, sin saberlo, cumplí parcialmente con la opción inicial.

En concreto vi: Rudý Baron. (Der Rote Baron.) Naturalmente que me hubiera gustado comprender la esencia de los diálogos. Pero tuve que contentarme con el sentido general. Aunque no sé Alemán y los subtítulos en Checo no contribuían precisamente a que fuera más inteligible para mí; la situación, el tono de la voz y las expresiones de las caras, hacían que en bastantes ocasiones, más o menos supiera de que iba el tema. No olvidemos que el cine es un arte básicamente visual.

La película es espectacular, los decorados y vestuarios impresionantes y las escenas de realidad virtual muy, muy aparatosas. Pero… algunos aspectos no me cuadraban. Me imagino que habrán sacrificado algo de rigor histórico en aras del efecto visual. No sé. Consultaré con los expertos de verdad para saber si estoy en lo cierto. Eso sí, para todos los que nos apasiona la aviación, es de visión obligada.


Al pasar por delante de una iglesia, he escuchado que estaban diciendo misa. Bueno, pues he entrado para ver como era una misa en checo. La sorpresa ha sido encontrarme el templo lleno, con gente en los pasillos laterales, y debo señalar que era de notables dimensiones. Pero no ha acabado ahí mi asombro. Los feligreses seguían la liturgia con manifiesta devoción, arrodillándose en el suelo cuando correspondía y cantando en los momentos oportunos. El templo es un magnífico ejemplar barroco y el potente órgano atronaba esos espacios con majestuosa sonoridad. Tanto era así, que rememorando vivencias pretéritas me preguntaba: ¿En qué planeta estoy?

Si embargo, aún me aguardaba una sorpresa mayor que, al estar en el fondo y ver a los fieles de espaldas, no había detectado. Me comencé a dar cuenta al observar sus caras cuando regresaban de comulgar y lo confirmé, con creciente asombro, cuando salieron del recinto. ¡¡Todos, casi absolutamente todos eran jóvenes!! La mayoría rondaba la treintena, pero había bastantes veinteañeros, incluso un rasta. Unos pocos pasaban de los cuarenta y tan solo vi a una anciana.

Al terminar la misa, tuvo lugar una pequeña procesión dentro del templo, en la que participaban “monaguillas.” Obviamente no sé como nombrarlas. Se trata de algo, hasta ahora, totalmente desconocido para mí. La Iglesia Católica siempre se ha destacado por ser una institución extremadamente machista en lo que a su jerarquía concierne. Eso es lo que me grabaron con sangre y fuego durante los largos, larguísimos años de educación católica, apostólica y romana que padecí. Celebro pues esa necesaria puesta al día que, debido al alejamiento que he tomado con esa institución, ignoro si se trata de algo local o es una opción más generalizada.

Un último detalle. Cuando concluyo la ceremonia, salieron casi todos, pero algunos permanecieron dentro del recinto dialogando en grupitos. Y justo en el porche de la entrada, bastantes de los asistentes se hallaban igualmente en amenas charlas. Lo mejor es que se les veía alegres y risueños. Sin duda eso debe de ser la Iglesia Viva, que tanto me sermonearon y tan poco vi en la práctica. Bueno, si que la vi y viví entre los Evangelistas, comunidad con la que tuve un fugaz contacto durante mi juventud.

Mi evolución personal me ha llevado por otros caminos. Pero me asombró muy gratamente ver gente tan feliz con sus creencias.


Enlazando con ese tema, me estoy dando cuenta de que Praga es una ciudad profundamente católica. Por todas partes me encuentro iglesias, algunas colosales, y hay una profusa ornamentación de alegoría cristiana por doquier. Así que no puedo por menos que preguntarme: ¿Qué pasó con toda ésta simbología religiosa durante la etapa comunista? Algunos elementos pequeños pudieron retirarse, otros taparse y los de mayor tamaño considerarse meros monumentos históricos. Pero tampoco lo acabo de entender porque, realmente, hay mucho.


El aire esta limpio tras las lloviznas de ayer, lo cual ha propiciado que los verdes del follaje se vean relucientes y espléndidos. Como el sol sigue jugueteando con las nubes -ahora salgo, ahora me escondo, ahora te hago un guiño- los tonos cambiantes invitan al paseo. Voy pues a aceptar tan sugerente propuesta y seguir recorriendo esta cautivadora ciudad en uno de los ya escasos días en que la puedo disfrutar.


Nashledanou


En Praga, a 8 de septiembre de 2008

Àngel Agüeras






4. …y llegaron los tanques

Errar es de humanos y herrar de herreros. Y pese a lo contento que estoy últimamente al saber que mi abuelo fue herrero, soy yo quien comienza a cometer yerros, que no a forjar hierros. Pero todo se andará.

El caso es que ya os habréis fijado que puse las direcciones del último e-milio en el lugar inadecuado, en vez de colocarlas en CCO, que habría sido lo correcto. Así que debo pediros que las borréis y miréis para otro lado, como si no hubiera pasado nada. ¿De acuerdo?

Tengo el pequeño atenuante de apelar, si no la dificultad, si al menos el estorbo que supone el tratamiento y envío de estos mensajes. Os lo comento: Algunas partes las escribo in situ, cuando estoy inspirado, hay lugar, tengo tiempo y no me flaquean las fuerzas. El resto debe aguardar a que ya me encuentre en el hostel, frente a mi ordenador. Pero en este alojamiento no hay wi-fi. Así que debo copiar lo ya redactado y elaborar lo nuevo. Y eso lleva rato. Luego grabarlo en el pincho y bajar a recepción para ver si alguno de los dos equipos que tienen está libre. La unidad de memoria externa he de conectarla por la parte de atrás, lo que en uno de ellos no resulta nada fácil (ambos equipos, cómo os diría, no son especialmente de última generación) e, indefectiblemente, cuando la vuelvo a ponerla en el mío, debo desinfectarla cada vez, pues siempre se trae algún virus que otro. De recuerdo, me imagino.

Estos trajines, así como responder a la correspondencia personal más urgente, suelen llevarme casi toda la mañana. Luego me doy un premio.

En una plaza cercana hay un kiosco en el que, además de las bebidas y bocadillos habituales, sirven una excelente sopa del día. Y a mí la sopa me encanta, máxime si está tan buena como ésta. Así que cuando salgo, paso por allí, pido la pertinente polévka dne y la disfruto a tope. También me he adaptado a los horarios locales, que tienen un notable adelanto con relación a los que estoy habituado. El caso es que esa sopa está tan sabrosa, que siempre tengo ganas de pedir más. Pero no lo he hecho nunca y me guardo las ganas para el día siguiente. No en vano los placeres sin límite dejan de ser placeres.

Otro plato local que encuentro exquisito son las salchichas de los puestos callejeros. Son de un notable tamaño y muy, muy sabrosas. El acompañamiento ideal es la cerveza de barril, que al ser bastante suave, entra la mar de bien.


Tengo ganas de ver algo del “teatro de luz negra”, pero no sé si será posible, ya que hoy es mi último día en Praga. Pero hace algunos días asistí a la representación de Argonauti, una obra de la Lanterna Magika.

En general me gustó. Es un buen espectáculo de danza contemporánea, que hace que salgas satisfecho de haberlo presenciado. Tiene un comienzo austero, pero cuando se despliega la acción, presenta algunas escenas plásticamente muy bien logradas, aunque, para mi gusto, la segunda parte está algo almibarada. Ya digo, la parte de danza y la música me agradaron, la sobria escenografía cumplía bien su función de sugerir los entornos y no entorpecer a los danzantes, pero las proyecciones me parecieron un tanto flojas. Obviamente, aunque son totalmente distintas, la comparación con Cegada de Amor de La Cubana no deja de insinuarse y esas filmaciones no la aguantarían. Concluyo pues, no se trata de un espectáculo multimedia, tal y como lo venden, sino de una buena actuación de danza, con elementos auxiliares exclusivamente a su servicio. Y no digo que eso sea malo, si no que no se trata de lo anunciado.


Tras haber pasado el domingo y encontrarlo cerrado, anteayer lunes pude ir a un club de juegos local. Supongo que les chocaría que alguien que no habla checo, se presentase para conocerlos y para echar algunas partiditas. La comunicación resultaba compleja, pero gracias a una chica que hablaba francés, pudo llevarse a cabo. Resultó curiosa la explicación de un nuevo juego en checo, con traducción simultánea al francés. Pero el lenguaje universal lúdico sirvió de nexo y nos quedamos hasta las tantas jugando varias partidas.

Aclaro que “hasta las tantas” en Praga significa hasta poco después de las doce, cuando deja de circular el metro. Por fortuna ese club está relativamente cerca de mi alojamiento. Así que tras aguardar infructuosamente que pasara algún tranvía, otro chaval y yo emprendimos la marcha hacia la misma zona. Y hay que ver que velocidad llevaba el praguense. Debe de tratarse de la juventud y buena alimentación. Pero yo no podía quedarme atrás y mantuve el paso con firmeza durante todo el recorrido. ¡“Amos”, anda, me iba a dejar vencer por un mozalbete imberbe, por muy estudiante de biología que sea! Y cuando nos acercábamos comprobé que, no es que se dirigiera a la misma zona, si no que se alojaba en el mismo lugar que yo, que es medio residencia de estudiantes y medio hostel.


Otro día pase por delante del Muzeum, en la plaza de san Wenceslao. Y vi un tanque soviético apuntando al edificio. Claro, se cumplen cuarenta años de la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia, que terminó abruptamente con la Primavera de Praga. Así que en ese lugar, uno de los más emblemáticos de esos hechos, han organizado una exposición conmemorativa bajo el título de: …a přijely tanky, que significa “…y llegaron los tanques”.

Hay que ver como pasa el tiempo. Ya hace cuarenta años de aquello y casi veinte de la caída del muro. La exposición está bien, pero lo más impactante, naturalmente, resulta ser el tanque de la entrada, con los efectos acústicos de ruido de cadenas que el han agregado. Y lo más emocionante, las placas con su velita, en recuerdo de las víctimas.

Para todos ellos: para quienes vivieron aquellos terribles días, tanto las víctimas físicas como las anímicas e incluso los peones de aquel macabro juego, en que el PODER volvió a demostrar su auténtica faz; vienen a mi memoria los versos que cantaba Raimon, sobre un concierto suyo en Madrid, pero que podrían aplicarse perfectamente a ese acontecimiento y a tantos otros del mismo corte: Per unes quantes hores ens varem sentir lliures. I qui ha sentint la llibertat te mes forces per viure. (Durante unas horas nos sentimos libres. Y quien ha sentido la libertad, tiene más fuerzas para vivir.)


Praga, 10 de septiembre de 2008

Àngel Agüeras






5. ¡Viajeros al tren!

(Este texto lo escribí hace tres días, pero por diversos inconvenientes técnicos, no lo he podido enviar hasta hoy.)

Sí, sí, ya se que falta algo. Los dos días finales en Praga. Bien, pues de eso ya tengo una parte escrita, pero esto que os mando me ha salido de un tirón esta tarde. Así que aquí va y el resto queda pendiente para muy pronto.


Para mi regreso tenía tres opciones: autocar, avión o tren. El autocar lo descarté rápidamente, pues tenía escasa diferencia de coste con el avión. Y el tren, me salía algo más caro. Pero, ya sabéis que me encanta viajar, no tengo prisa alguna y, por suerte, en esta ocasión puedo pagar algo más para estar más tiempo de camino. Me interesa mucho más el viaje en sí, que el lugar a donde voy a llegar.

Sin embargo, resulta que, aunque España y Chequia están relativamente cerca, a menos de 2.000 Km., no existe ninguna conexión ferroviaria directa, ni nada que se le parezca. España, con su diferente ancho de vía y Chequia con la red ferroviaria aún pendiente de modernización, son excepciones a la notable interconexión ferroviaria Europea.

De todas formas, eso no me importaba. Yo quería viajar, viajar de verdad. Por consiguiente, descarté el avión y planifique un recorrido ferroviario, enlazando cinco trenes, cada uno de un país distinto. Y como quería que todos los trayectos fueran diurnos, debí establecer una parada en Zürich para ese menester. Este retorno, pues, se presentaba como una nueva aventura, como un viaje dentro del viaje.


Así que por la mañana, he ido a la estación central de Praga para tomar el primero de esos cinco trenes, de sugerente nombre: Franz Kafka. Tal vez por eso, ha hecho honor a su denominación y lo que debía haber sido un plácido viaje Praga-Münich se ha transformado en una odisea de cambios e incertezas.

Este primer tren, tan solo me ha llevado hasta Pilsen. Lamentablemente sin tiempo para degustar la especialidad que le ha dado renombre universal. Vale que la he podido saborear en distintos rincones del planeta. Pero no es lo mismo.

En Pilsen he cambiado de tren, pensando que éste sí que me dejaría en Münich. Pero no, no ha sido así. En Schwadort, nuevo transbordo a un modernísimo tren de alargadas ventanillas que: ¿lo adivinan? Efectivamente, solo me ha acercado hasta Regensburg. Y allí, el siguiente cambio que, -¡oh sorpresa!- esta vez sí que me ha transportado a Münich.

El tiempo de que disponía para la conexión era generoso. Nada menos que una hora y cuarto. Pero tanto cambio y transbordo lo iban consumiendo implacablemente, con el agravante de que no tenía ni idea de por donde andaba y, por ello, si lograría o no llegar a tiempo para el enlace.

Todas estas peripecias me encantan. Un viaje sorpresa de aventuras, sin coste adicional. Pero el caso es que, sin tener en cuenta lo que siempre me digo, estoy viajando con una pesada maleta, además del ordenador. Son las peculiaridades de mi actual etapa de “caracol”. Y vivir esas aventurillas lastrado, les resta parte de su encanto.

El caso es que he llegado a Munich faltando tan solo cuatro minutos para la salida del siguiente tren. Y si de algo tienen fama, tanto alemanes como suizos, es de ser puntuales. He descendido rápidamente y medio guiándome por la intuición, medio tras un rapidísimo análisis de la situación de las vías y de sus trenes, he decidido ir hacia el lado que, por suerte, se ha demostrado el correcto. Naturalmente que no había tiempo para acercarme al panel de información, además de que no tenía ni idea de en dónde podía estar.

Faltando dos minutos he localizado el tren. Nueva carrera para abordarlo por el lugar adecuado y -¡¡ufff!!- ¡adentro!

(Debo aclarar que esta odisea final ha sido posible gracias a que, al menos la pequeña parte que he visto de la estación de Munich, es excelente. Con andenes extremadamente amplios que han permitido el descenso de los pasajeros de un tren de dos pisos, sin que se formaran aglomeraciones. Y, también, a la suerte de que se trata de una estación término y no he tenido que subir ni bajar escaleras.)


Con total precisión, a la hora señalada, se han cerrado las puertas y el tren ha partido, pero casi sin moverse. Salvo un leve, en realidad muy leve balanceo, lo que se desplazaba era el paisaje circundante.

No sé por que razón pensé que iría en un tren alemán. Pues no, es suizo. Y, señores, ¡qué nivel! Todo moderno, funcional y muy bien pensado. Las puertas interiores se abren solas, gracias a un sensor de proximidad, el espacio entre los asientos es bien amplio, las ventanillas, enormes, y bastantes detalles más. Y el vagón restaurante, tan bien dispuesto y acogedor, que entran ganas de pasar todo el viaje en él.


Los paisajes, tanto en Chequia como en Alemania, tienen un par de constantes: el verdor y las casitas. Me recuerda mucho a cuando montaba maquetas de trenes eléctricos. Realmente podría estar sacando fotos todo el rato y todas saldrían bonitas.

Por la mañana, el tiempo ha sido espléndido. A media tarde se ha nublado y, de repente, el cielo ha regalado a la tierra una intensa y fugaz lluvia estival. Y la tierra le ha respondido arrancando a los verdes todos sus arrebatados matices.

Acabo de dejar Lindau, donde el sol ya bastante bajo, al reflejarse en el lago, me ha deslumbrado con esa inesperada estela de plata. De tal manera que no he podido menos que suspirar, cerrar los ojos, sonreír con el corazón y agradecer que estoy vivo y disfrutando de todas estas sensaciones.


Baviera (Alemania), en el tren EuroCity 192, el 11 de septiembre de 2008

Àngel Agüeras






6. Matices de colores, palabras y silencios

(Tal y como os indicaba en mi correo anterior, la primera parte del texto que sigue, ya lo tenía manuscrito desde el día diez, pero preferí enviaros el más reciente, el de la mitad de mi viaje de regreso. Ahora le he dado unos minúsculos retoques y lo lanzo a la red, confiando en que sepa hallar las rutas adecuadas para presentarse ante vosotros.

Ya me encuentro en Barcelona, pero en unas condiciones un tanto precarias, alojado en un hostel y con el pesado equipaje disgregado. Y mis conexiones a internet también son algo más espaciadas de lo que me gustaría.

Estoy realizando múltiples trámites, que me consumen casi todo el tiempo. Voy a pasar pocos días aquí. Los mínimos posibles y tengo bastantes tareas acumuladas. Pero no me agobio. Otorgo prioridades y haré lo que pueda. Y lo que no pueda, quedará por hacer. Así es la vida.)


Ayer lo dedique a realizar la última visita monumental. Bien poco sabía de esta ciudad antes de decidir emprender el viaje: Que pasaba por ella un río, que tenía un castillo con una gran catedral en el centro y poco más.
Eso lo había visto en todas las fotos, de todas las agencias, de todos los viajes a Praga. Y, naturalmente, es cierto. Eso existe, pero de alguna forma es diferente. Claro, esas fotos de vista panorámica, están muy logradas y consiguen incitar al potencial cliente para que se convierta en cliente a secas del mayor número de paquetes posibles.

Como decía, me he topado con eso, pero de otra forma. Es lo natural. Nunca te encuentras con, exactamente lo mismo que te has imaginado que hallarás. Las vivencias personales son intransferibles y cada día y cada ángulo cambian al objeto visionado que existe en la mente del observador y, por consiguiente, al propio observador, en una simbiosis de mutuo enriquecimiento.

Y en los decorados sobre los que transcurrían mis rutas, insistían en ir apareciendo, además del Moldaba, el Castillo. Comenzando ya por el primer tranvía que tome en el primero de mis recorridos aleatorios, que curiosamente, me dejó bastante cerca. Pero voluntariamente decidí no entrar, e incluso no acercarme más. Prefería guardar el plato fuerte para el final y comenzar con algo más livianito.

Durante estos días he ido viendo su cambiante silueta, como guía y referencia, como guinda del pastel, como suculento premio final. La he visto entre nubes de nata, de plomo o de fuego. La he visto nítida, recortada sobre todos los tonos imaginables del celeste, o confundida entre vibrantes naranjas, carmines, malvas y granates. La he intuido, más que visto, surgiendo a duras penas entre la repentina lluvia y también la he visto con miles de lucecillas, reflejándose en el río que besa sus pies.

Y hoy martes, ha sido el día señalado para consumar el encuentro. El mismo tranvía que antes me acercó, hoy me ha dejado en la entrada.

Hace algunos días en que ya había decidido que, en esta ocasión, tan solo visitaría la catedral. No quiero saturarme, ni quedarme con las ganas al no poder tomarme mi tiempo, ya que aquí hay mucho para ver. Dejo pues pendiente para posteriores viajes el resto de interesantes edificios y exposiciones que atesora tan notable lugar.

Así que he ido avanzando pausadamente. Mientras me aproximaba, me he topado con el acceso a los “Jardines Reales” y, bueno, como las plantas me gustan, no tengo prisa y sé que los reyes suelen rodearse de elementos de calidad, he variado el rumbo. Es bueno tener un objetivo y poder jugar con los vientos a nuestro favor, para dar esos pequeños rodeos tan placenteros.

El jardín es bonito y está muy, pero que muy bien cuidado. Es curioso destacar la existencia de una sección de cetrería, con diversos halcones, así como un majestuoso búho y un par de imponentes águilas, que se pueden observar “a un palmo de distancia”.

En ese recorrido, ya he podido apreciar la catedral, por el lado hasta ahora desconocido, y constatar que es inmensa. Reintegrado a mi ruta de aproximación y tras cruzar un largo puente que –oh decepción– no es levadizo, he alcanzado el castillo propiamente dicho.

Se entra a una gran plaza, desde la que, a través de unos arcos se accede al resto de las instalaciones. Y justo tras esos arcos se halla la catedral. Así que, tras colocarme frente a dicha abertura, he aminorado aún más la marcha.

El resto de los visitantes fluía a mis costados, en constante algarabía. Pero, no me importaba. ¡Allá ellos! Si tenían prisa para ver lo más rápidamente posible todo lo que hay que ver, es su opción. Entretanto, yo seguía a mi ritmo mi milimétrico avance. Y así, de a poquito, la fachada principal se me iba desvelando. Un detalle ahora. Otro un poco después. ¡Qué prisa tenía! La lástima es que esa aproximación no pudiera durar más. Porque, pese a lo mucho que lo he retardado, al final ya tenía toda la imponente fachada con sus dos torres, frente a mí.

En Praga el 10 de septiembre de 2008

Àngel Agüeras



Ya me cuesta un poco más escribir sobre el viaje. Los recuerdos están presentes, pero el radical contraste con mi etapa actual en una Barcelona que, precisamente hoy, inicia sus fiestas, comienza a difuminarlos.

Y si los recuerdos -para entendernos- de los decorados, aún permanecen más o menos estables, los de las sensaciones que me causaron se desvanecen a mayor velocidad. Nada es eterno y algo tan volátil como un sentimiento que no ha encontrado su anclaje, se diluye apresuradamente en la vorágine de nuevos estímulos que continuamente me asaltan.

Por ejemplo: hoy he debido realizar un rapidísimo viaje de ida y vuelta a València. En realidad tenía que haber ido ayer, pero los trenes estaban llenos y no me fue posible. Estoy bien enfrascado en resolver el cúmulo de requisitos burocráticos que me permitan culminar la operación que inicié hace ahora casi dos años. Y los documentos que preciso, se hallan dispersos entre las múltiples residencias temporales que he tenido.

Pensaba pues que parte de ellos podían estar en València, y hacia esa ciudad he marchado. Pero, tras revisar a conciencia lo que allí dejé, no los he localizado.

Así que me cabe suponer que se ha tratado de una jugarreta del subconsciente, que me ha permitido reencontrarme, aunque haya sido de forma tan fugaz, con mis amigos de esas tierras y –oh inesperada fortuna– degustar otra exquisita paella que, casualmente, estaban preparando cuando llegué.

Aunque, lo que más me ha sorprendido del viaje, ha sido que al repasar los canales de audio del tren, me he encontrado con uno en el que estaban leyendo un fragmento de El Quijote. En concreto uno de los juicios de Sancho, cuando fue gobernador de la Ínsula de Barataria. Asombrado y ensimismado, no me he perdido detalle. Le ha seguido una breve pieza instrumental y luego otro relato. Así se han ido desgranando, en ambos viajes: textos, músicas, poemas, canciones…

Y silencios. Naturalmente también he gozado de silencios. Algunos de esos textos eran tan, tan hermosos o, derrochando maestría, habían logrado crear el ambiente pretendido de forma tan acertada, que hubiera sido un crimen seguir con la audición, sin la pausa necesaria; sin ofrecer al espíritu el tiempo preciso para deleitarse, sosegarse y concienciarse de la vivencia disfrutada.

Así que en ocasiones notaba que los ojos se me graduaban solos: Se cerraban, entornaban o abrían según el ánimo del instante. Y la visión, a juego con esas sensaciones, se difuminaba, deslizándose entre los inciertos ensueños evocados por el relato, o se perdía en el cambiante paisaje, que el implacable avance del tren me iba regalando.

¡Ésto sí que ha sido un inesperado encuentro con la cultura! No puedo por menos que felicitar, con el corazón henchido de gozo, a todos los eslabones que han permitido materializar este otrora innovador proyecto y ahora gloriosa realidad. Muchas gracias pues por difundir y acercar la literatura y por el magnífico rato que me habéis hecho pasar.


Pero las impresiones actuales no tenían que ser el tema de este escrito. Os había dejado en Praga, dentro del Castillo y frente a la fachada principal de la Catedral, que acababa de descubrir.

Pues en ese mismo lugar vamos a permanecer un poquito más. Hay mucho para ver. Las agujas de sus torres rasgan el cielo y la fachada en sí es un deleite para la vista. Quienes la hayáis visto, la podéis recordar y quienes aún no la conocéis, os la podéis imaginar. Para éstos últimos, esbozo un detalle curioso que se destaca entre las esculturas. Resulta que aparecen unos personajes con atuendos “modernos”, totalmente impropios de una catedral gótica. ¿Por qué será?


Barcelona, 19 de septiembre de 2008

Àngel Agüeras






7. Señores, éste es un grupo privado

Os había dejado, hace ya bastantes días, expectantes frente a la fachada principal de la Catedral de San Vito. ¿Qué podría agregar ahora? Pues, simplemente que es preciosa. Sí. Así. A secas. La auténtica belleza no precisa de afeites ni florituras.

Gozando ya de la visión total de tan magnífica obra, disminuí levemente mi paso, con lo que logré quedar inmóvil. Y la observé un buen rato. Cambié de ángulo y de nuevo volví a mirarla. Así varias veces. Y, sí, me gustaba. Pero notaba algo raro. ¿Me estaría pasando alguna cosa similar a lo de la iglesia de San Nicolás?

Mis aproximaciones suelen ser lentas, muy lentas. Tal vez por que no voy en busca de un objetivo que tachar de la lista como conseguido o visitado, si no que mi “objetivo” es todo el viaje en sí: su planteamiento y desarrollo, no exclusivamente su culminación. Por consiguiente me tomo mi tiempo y deambulo, observo, me detengo las veces que haga falta y retrocedo si es preciso.

Y, siempre que es posible, lo rodeo. Este reconocimiento del terreno en profundidad, suele deportarme interesantes visiones, detalles semiocultos, ángulos poco usuales, entornos imprevistos. Y gentes, colores, olores, sonidos, formas y un sinfín de otros aspectos que, sin duda, me habría perdido de no obrar así.

En esta ocasión procedí de igual forma. Ya que la catedral está prácticamente en el centro del castillo, circundarla resulta muy cómodo. Pero seguía notando alguna cosa rara en ella. Había algo que se escapaba a mi conciencia, pero que percibía como distinto a lo que estoy acostumbrado. Comprenderéis que viviendo en España y habiendo viajado bastante por ella, algunas catedrales he visitado. Y ésta tenía ese no sé qué, que me extrañaba.

Concluida la visión exterior, me correspondía adentrarme en el templo para descubrir su forma interna y, si tenía suerte, su secreto.

Por fuera se aprecia grande, pero por dentro aún lo parece más. Sobretodo se ve una nave muy, pero que muy larga. Y de notable altura. Y, tal vez fue allí, al ver algunas fechas en las piedras que no me cuadraban y que, por lo modernas supuse que serían de alguna reforma o añadido posterior, que comencé a desvelar el misterio.

No entraré aquí en los detalles de su construcción. Existen múltiples fuentes, de fácil acceso, para aclarar ese aspecto. Tan solo expondré, a modo de minúsculo resumen, que esa magnífica obra tiene dos partes cronológicamente bien diferentes, pero conjuntadas con notable armonía. Tanto es así, que sólo desde su interior pude apreciarlo. Groso modo, medio templo es bien medieval y la otra mitad apenas tiene unos ciento cincuenta años.

(Luego, en Barcelona, un amigo me comentó que en la fachada también se hallan las figuras de los arquitectos. Así que, atando cabos, deduje que esas debían de ser las imágenes que había visto con trajes modernos. Vaya, que esos señores quisieron pasar a la posteridad y no solo por su obra. Queda pues aclarado el enigma.)


En general no suelo utilizar los servicios de guías turísticos, pues me gusta recorrer los lugares a mi aire y, sobre todo, a mi tiempo. Tiempo éste que suele diferir considerablemente del de los apresurados grupos de turistas. Obviamente esto no implica que, al vuelo, cace algunos comentarios, e incluso que pese a seguir mi marcha, en ocasiones coincidamos un par o tres de veces.

También hay muy diversos tipos de guías y, en el extranjero, con diferentes grados de dominio lingüístico. Desde los buenos hasta los sobresalientes. Y aquel día debía de haber una gran afluencia de Españoles, pues detecté un par de esos grupos. Ambas guías hablaban correctamente, con un fuerte acento, supongo que checo, pero decían lo justo. Aquí debo matizar que es muy probable que se adapten al grado de información deseada por sus clientes.

Pero la guía del tercer grupo era muy diferente. También se trataba de una mujer, por cierto bien atractiva. Pero no pude fijarme en ella, absorto como estaba en escuchar lo que decía y, especialmente, en disfrutar de cómo lo decía. Se la notaba con un profundo conocimiento del tema, notable dominio del lenguaje y, sobre todo, que disfrutaba con lo que hacía. ¡Qué suerte, cuado el azar pone a alguien así en tu camino!

Además, que gran profesional. Sus compañeras, o no se dieron cuenta o pasaron de todo. Ella, pese a que solo me había detenido junto al grupo y aún no me había movido; al concluir sus comentarios y pasar junto a mí, dijo: “Señores, éste es un grupo privado.” Lo dijo así, de pasada. Sin detenerse. Podría ser que a mi lado hubiera alguien más, pero creo que no, que yo era el único no perteneciente al grupo que la había escuchado y, por consiguiente, el único destinatario de su observación. Y, como detalle de exquisita elegancia, su acotación fue en plural, para que no me pudiera sentir ofendido, repartiendo la “carga de la culpa” entre “todos los infractores”. Muchas gracias por tal cortesía.


El Masnou (Barcelona), 5 de octubre de 2008

Àngel Agüeras


Poco más puedo añadir. Baje del castillo a pie, deteniéndome en casi cada parterre y observando las variaciones de la ciudad, al irse modificando tanto la altura como la luz. Y supongo que igualmente debí contemplar otra magnífica puesta de sol, que iba a ser la última, pues el día siguiente estuvo nublado y creo que no hubo. Tal y como os indiqué, los recuerdos comienzan a difuminarse y compactarse. Es la evolución natural. El tal día y tal otro día se van integrando en aquellos días en Praga.


Y el último fue muy tranquilo. Unas pocas compras, ya que no quería ir excesivamente cargado y dos despedidas gastronómicas. La de la tan sabrosa sopa del día, junto con sus simpáticos dependientes y la de la exquisita salchicha con cerveza; a secas, pues aunque tenía un lugar favorito, no era el único.


El día siguiente, como ya sabéis, comencé mi retorno en tren. Y retomo aquí el punto final del relato que se adelantó a la secuencia cronológica.

No sé en que momento salí de Alemania y entré en Suiza. No hubo ningún tipo (visible) de control. Eso dentro de la Unión Europea es habitual, pero Suiza no pertenece a la Unión Europea. El caso es que lo noté, además de porque ya tocaba, por unos minúsculos cambios en los edificios y en las estaciones.

Y el final de esta primera jornada ferroviaria fue el mejor que puede tener un tren suizo. O quizás no sea el mejor, si no el único posible. Vaya Ud. a saber. El caso es que cuando estaba a punto de detenerse en la estación central de Zürich, tras bastantes horas de marcha, pude observar como el minutero del reloj del andén (y no tengo ninguna duda de que en ese instante pasó lo mismo en todos los demás minuteros de todos los restantes relojes de Suiza) con la mayor naturalidad del mundo, se desplazó con extrema suavidad para indicar el minuto 44 de las 20 horas. ¿Y, adivinan Uds. a que hora debía llegar el tren? Efectivamente, a esa hora exacta. A las 20:44.

Zürich, o al menos su parte central, que es la que conozco, es una ciudad muy cuidada. Y como los precios en España y especialmente en Barcelona subieron desaforadamente, ya no resulta tan cara. Si a esto añadimos que la calidad de la oferta es muy elevada, la ecuación aún se equilibra más.

Sin ir más lejos, el hostel en el que me alojé ha sido el mejor de los que he estado en mi vida. Además con diferencia. Y me costó poco más de 26 Euros, con desayuno. En Barcelona, unos días más tarde, pagaría entre 19 y 21 Euros sin desayuno. Y las respectivas calidades no son en absoluto comparables. Por desgracia, tan magnífico establecimiento tiene los días contados, pues dicen que van a cerrarlo.

Pero allí no estaba para hacer números ni para lamentarme por un futuro próximo. Me hallaba de viaje y, tras ser asesorado por el encargado, un simpático chileno, salí a dar una vuelta y cenar un poquito. Y el ambiente era agradable. Paseé un rato y después saboreé un plato de verdura gratinada, regado con una cerveza, de la que descubrí que ya tenía una graduación sensiblemente superior a las checas que me había acostumbrado.

Al día siguiente nuevo periplo ferroviario. En un moderno y elegante tren suizo de dos pisos hasta Ginebra. Desde allí, en un vetusto TGV, hasta Monpellier. Y el último fue un aún más vetusto Talgo III, que me dejó en Barcelona.


Aquí concluyen tanto mi viaje como el relato. Tan sólo añadiré un último capítulo con algunos fragmentos de vuestros correos, aclaraciones y respuestas. Supongo que si me habéis hecho partícipe, también os gustará que los demás lectores conozcan esas opiniones. Naturalmente que no pondré nada personal. Pero si alguien prefiere que no salgan los suyos, que me lo diga.

También debo pediros que me hagáis los comentarios que estiméis oportunos. Si os ha gustado o no. Si queréis que siga escribiendo o bien os parece pesado. En fin, lo que queráis compartir conmigo.



Aprovecho para indicaros que acabo de llegar a Córdoba, ciudad en la que mañana comienzan unas interesantes jornadas de juegos.

Hace ya bastantes años, en el transcurso de uno de mis viajes “pegatineros” pude visitar la Mezquita-Catedral. Y de esa visita es el primer recuerdo que conservo de haberme emocionado al contemplar algo. Ocurrió frente al Mirhab. Y debo añadir que entonces aún no tenía la sensibilidad actual.

También recuerdo haber sentido una profunda rabia al contemplar la pesada catedral (así la valoré en aquella ocasión) edificada sin ningún tipo de miramientos, en el centro de la grácil mezquita, arrasando a tal fin toda esa área. Pero eso, o cosas aún peores, es lo que suele pasar cuando chocan dos civilizaciones y una de ellas se impone militarmente.

Por fortuna, las preclaras e insignes mentes que perpetraron tal desaguisado, pese a todo, debieron de encontrarla tan hermosa, que solo se atrevieron a destrozar una parte. En muchas otras ciudades, los edificios religiosos de los perdedores sufrieron peor suerte.

Y en este viaje, tengo la fortuna de que me alojo justo al lado. Así que me lo volveré a tomar con calma. Y poco antes de irme, la visitaré.


Àngel Agüeras

Córdoba, 9 de octubre de 2008