miércoles, 30 de septiembre de 2009

La fiesta, el cielo y la muerte

(Primera parte)

Moros y Cristianos en Benimaclet

Esta reseña está especialmente dedicada a los amigos del continente americano y, en general, a quienes pongan cara de asombro al leer el título, pensando: “¿Cómo es posible que Àngel (un ateo-no practicante de pro) haga una reflexión religiosa.

Nada más lejos de la realidad, pues se trata de unas fiestas. Unas fiestas que, lo único que conservan de “religión”, es su nombre y el origen.

Actualmente estoy pasando unos días en casa de mis buenos amigos valencianos. Se trata de un variopinto grupo, entre quienes destacan un tipo que se lo monta por la cara, otra que vive del cuento y uno más que lo logra gracias al empleo de la magia. Sí, sí. Es así. No os engaño. Son respectivamente: un mimo, una cuenta-cuentos y un mago ilusionista. Y entre esos artistas también se encuentra un pintor que elabora unas paellas divinas. Bueno, en realidad se trata de un cocinero excelso… que también pinta.

Viven en Benimaclet, un barrio de València, que estos días se encuentra en fiestas. Y al leer el programa, vi con agrado que una de las actividades consistía en el desfile de Moros y Cristianos. ¡Qué bien! –pensé– Así lo iba a ver por primera vez.

Este tipo de festejos se extienden por todo el levante y los más famosos creo que son los de Alcoi. Pero yo no estoy en Alcoi, así que se trataba de aprovechar los que tenía a mano. Y con la comodidad agregada de que se celebraban muy cerca de mi alojamiento.

Por lo tanto, poco antes de la hora fijada para el inicio, me acerqué a la calle más próxima por la que iba a discurrir. Y la gente del barrio ya estaba allí, en relajada espera de que se iniciase el desfile.

Muy pronto, comenzó a escucharse una lejana música de percusión. Y al poco rato apareció la primera filà, que era de cristianos.

Yo la vi muy pequeñita. Eran tan solo siete y con una indumentaria que me recordaba enormemente a la de los figurantes de las películas de los años cincuenta. Además, se les veía con una pinta de resignados buenazos, que arrancaba una solidaria sonrisa. Ellos también sonreían vagamente. Es muy probable que al imaginarse a todos los moros que venían detrás suyo pensasen en lo bien que estarían en el otro bando.

Una de las definiciones más curiosas que he escuchado de la zona levantina, es que se trata de una tierra de cristianos que prefieren disfrazarse de moros. Y no les falta razón, pues realmente no hay color.

El caso es que tras esta filà cristiana, pasó la filà cristiana infantil y, luego, el grupo de percusión, que imprimía un marcado ritmo al evento. Después llegó la primera filà mora. Y ciertamente, pudiendo ser moro, ¿quién desea resignarse a ser cristiano? La sobriedad anterior se vio reemplazada por un alarde de ornamentación: tan exuberante, tan desmedido, tan apabullante que no admite comparación.

Y después de ésta llegaron más. Varias más. Y a cada una que se sucedía, el despliegue en vestuario y complementos se excedía aún más si cabe. Llegados a este punto, vi con total claridad que los amigos de Games Worshop seguro que se inspiran en estas fiestas para su delirios de Warhamer.

Para abundar en la diferencia con la filà cristiana, a muchas de las moras las sucedía una banda de música, con su correspondiente grupo de percusión. Y desfilaban con otro porte. Se les notaba muy orgullosos de lo que hacían. Satisfechos marcaban el paso adecuado y algunos de ellos incluso disfrutaban de sendos puros.

Llegados a este punto, quiero aclarar algunas peculiaridades. Quien busque rigor histórico en estas fiestas, se ha equivocado de lugar. Ni lo tienen, ni lo quieren tener. El objetivo consiste en crear el atuendo más aparatoso que sea posible imaginar y lucirlo con el merecido orgullo de haberlo logrado. Los anacronismos no importan. Pueden estar fumando o llevar gafas. ¡Qué más da!

Otro detalle fantástico es que participa todo el mundo. Desde niños a gente algo entrada en años. Y todos ellos desfilan y evolucionan al son de las bandas de música acompañantes. Esta es una tradición musical que no he visto en Argentina. La proliferación de bandas de música por esta zona es tal, que no existe pueblecito que no tenga una. Y la sección de vientos de las orquestas españolas, se nutre de músicos levantinos.

Como os decía, siguieron pasando filà tras filà de moros, con una de damas cristianas por en medio, que a lo mejor eran cautivas. Vaya Ud. a saber. Y unos caballistas, de atuendo tirando a neutro, pero más cercano al cristiano.

El cierre del desfile lo constituía una pequeña carroza, arrastrada por un tractor. Y en ella, el que a todas luces debería de ser el jefe de toda la morería, se ufanaba del esplendor de sus huestes, posando complacido para recibir los aplausos del público. Y esos vítores y aplausos brotaban espontáneamente. Bueno, no tan espontáneamente, pues él los sugería cuando se levantaba del sitial, sacaba pecho y alzaba los brazos. ¿Quién le iba a negar ese placer a tan notable personaje? Que a menudo, lanzaba caramelos al público y tenía varios lacayos que repartían Mistela generosamente.

Sumamente complacido por los alardes presenciados -y un pelín saturado, todo hay que decirlo- y con la música aún resonando por mi cabeza, regresé a mi alojamiento y me puse a escribir. Y mientras redactaba el texto precedente –¡¡zas!!– tiraron un castillo de fuegos artificiales. ¡Que comenzó a la una y media! Obviamente desde dentro de casa no se veía. Pero a la carrera encontré un rincón de la galería, que se tornó en improvisada atalaya desde la que pude ver razonablemente bien el espectáculo.

València es una tierra pirotécnica y los fuegos artificiales levantinos gozan de merecido renombre en todo el mundo. Éste no desmereció. Dentro de sus limitaciones, fue muy digno y disfruté con su visión.

Con ese recuerdo aún presente y la visión de las filàs moras frente a mí, me acosté. Pero sé que esas no serán las únicas imágenes que rondarán en mis sueños. Como mañana me espera un festival aéreo en la playa de la Malvarrosa, es más que probable que algún avioncillo se introduzca furtivamente entre mis pensamientos y comience a realizar piruetas. ¡¡Así ya tendré el programa completo!!

Àngel Agüeras

València, 20 de septiembre de 2009

tren Euromed 1152, 23 de septiembre

y Barcelona, 23 de septiembre de 2009


domingo, 27 de septiembre de 2009

El bailarín gordo

Su espíritu se nutre de ritmo y melodía.

Es simpático, noble, activo, inteligente...

Practica actividades que integran cuerpo y mente.

Tan solo algo no encaja. Es su fisonomía.


Es bajo, regordete y no se siente ágil.

Pero quiere bailar y vestirse la malla.

No importa que en las tiendas le cueste hallar su talla.

Hay que mimarse más. Por eso. Por ser frágil.


El oso entre las ninfas, han llegado a decirle.

Otros le recriminan: “Donde va la ballena.”

Él responde sereno con su sonrisa plena:

“Me ha llamado la vida. La puerta voy a abrirle.”


Le falta agilidad. Pues... le sobra constancia.

¿Poco grácil y esbelto? “Mucho” firme y seguro.

Emplea lo que tiene. Lo refina aún más puro.

La calma es placidez y la pausa elegancia.


¿Qué más puede pedir quien eso deseó?

Sereno complemento a la etérea belleza.

Armonía, equilibrio. Ya es la última pieza.

La piedra entre los juncos, del jardín que creó.


Àngel Agüeras

Buenos Aires, 15 de marzo de 2003

sábado, 26 de septiembre de 2009

Quemar las naves

(Perdón por la mala compaginación de éste y otros escritos. Los originales no son así. Pero pese a las múltiples pruebas realizadas, no logro que me queden bien. En éste, no he sido capaz de suprimir el excesivo espaciado posterior.)


Quemar las naves contra el conformismo.

No resignarse a la medianía.

Gritar con fuerza: “¡Elegí mi vía

y avanzaré rebosando optimismo!

He desechado la vil apatía.

La confianza en mi esencia guía

mi firme paso para ser yo mismo.



Quemar las naves contra la rutina.

El: “es igual”, el: “da lo mismo”, el: “¿para qué?”,

el: “siempre se ha hecho así”, el: “yo ya sé

que nada cambiará”… ¡Basta! ¡Termina!

Saco coraje y me mantengo en pié.

El pasado es pasado que ya fue.

Y el futuro radiante se avecina.


Pero…

Quemar las naves es tarea dura.

Transforma el alma, las raíces saca

y al pasado de calma, lo machaca.

Hay que avivar el paso con premura.

Ya no se puede seguir en la hamaca.

Con valentía y decisión ataca

para salir de la prisión oscura.


Quemar las naves cuando ves que sobran.

Cuando ya no son naves, si no lastre.

Cuando su objetivo es dar al traste,

con el progreso de las buenas obras.

Cuando son el pasado que dejaste.

Cuando materializan el desastre.

Cuando dañinas son, hasta sus sombras.




Quemo las naves. Ya llegó la hora.

Lo que no sirve debe perecer.

Mi voluntad se afirma en disponer

de mi presente en el aquí y ahora.

Éste es el momento del Poder.

Prendo la llama y que empiece a arder

la gran hoguera vivificadora.



Arden las naves y aún más se marchitan.

Lenguas de fuego con pasión reclaman,

los restos del pasado. Que se inflaman,

y en volutas de fuego precipitan.

Son frustración y angustia que se llaman,

cual ascuas rencorosas se derraman,

dejando de existir, mientras crepitan.



Ardieron naves, fantasmas y muerte.

Glorioso renacer ya vislumbrado

al alejarse el humo envenenado.

Tan solo queda la ceniza inerte.

La que el Sagrado Fuego ha reciclado.

La experiencia vital que ha madurado

para un futuro espléndido ofrecerte.


Ángel Agüeras

Buenos Aires, 24 de enero de 2007

y Salvador de Bahía, 16 de febrero de 2007

viernes, 25 de septiembre de 2009

Paternidad

Paternidad
(Homenaje a J. L. Borges
en su poema El Golem)



Tanto da que haga sol, viento o que llueva.

El reto al que me enfrento es importante.

No debo vacilar ni un solo instante

para salir airoso de la prueba.

Todo el entorno ya está preparado.

Los malos, los mediocres y los buenos.

Los edificios, que aguardan serenos.

Tan solo falta que yo esté inspirado.

Mi osadía pretende que lo que haga

pueda remotamente compararse.

Que mi creación no deba lamentarse

de haber nacido aquella tarde en Praga.

No conozco al rabino, ni a su gato.

Y tan solo hace un día que me encuentro

en la ciudad. En tanto, muy adentro,

grita: “¡¡quiero salir!!” este relato.

(Espero que el felino no sea terco

en expresar su posible desagrado,

erizando los pelos del costado

y bufando furioso si me acerco.)

¿Dónde hallaré la fuente de la historia?

¿Cómo sabré de la pista certera?

¿Cuándo obtendré la llave verdadera

que me abra el jardín de la memoria?

¿Será que he de juntar todos los datos

en este idioma -¡ay!- incomprensible?

¿Debo quizás buscar algo invisible

o que se muestra, intermitente, a ratos?

Y si la suerte benévola me asiste

poniendo en mi camino el material.

¿Cómo dotarlo del soplo vital

con que trasciende la materia triste?

Las dudas poderosas me atenazan:

¿Será esto? ¿aquello? ¿algo? ¿todo? ¿nada?

¿y si? ¿tal vez? ¿pudiera? ¿acaso? ¿cada…?

O, ¿son miedo y angustia que me abrazan?

Pero algo está vivo en las entrañas,

y es cada vez más fuerte y arrogante.

Ya le escucho gritar desafiante

que cesen mis monsergas y patrañas.

“¡Quiero vivir!” Insiste nuevamente.

“Verme en papel, en la Red, en la pantalla.

No admito que de nuevo digas: ‘¡calla!’

Quiero brotar de labios de la gente.”

Yo también lo pretendo de este modo,

–respondo– sabes que eres mi hijo.

Y por esa razón pido y exijo

que seas el mejor. Perfecto en todo.

Es cómodo decir ambigüedades

y contentarse con un: lo he intentado.

No es mi objetivo. Yo he de haber logrado.

No me conformo con mediocridades.

Por eso aunque te quiero con locura,

y tu existencia me mantiene en vilo,

te engendraré tan solo si destilo

lo más sublime. La esencia pura.

(Nótese que la apuesta es elevada.

Cuasi imposible, algunos dirán.

Pero rabino y gato vivirán

igual de bien, pues no les toca en nada.)

Si, pese a los augurios, tu alma pura

se engendra e incipiente tomas forma,

aunque me jacto de seguir la norma,

seguro que te miro con ternura.

No creo que mi acción preocupe a Scholem.

Debe ocuparse de cosas más graves.

Y tú, Maestro, seguro que sabes

los sentimientos del padre de un Golem.

Praga, 31 de agosto de 2008

Àngel Agüeras

jueves, 24 de septiembre de 2009

Cuando llega el frío


Que eran tal para cual todos decían.

Daba gusto notar como se amaban.

Sus constantes sonrisas parecían

carruseles de luz, que refulgían.

La pareja perfecta, les llamaban.


Mas eso se rompió en un mal momento:

la rutina traidora y el hastío

los atacaron con su desaliento.

Por no adaptarse cuando cambió el viento,

les fue imposible al llegar el frío.


El caso es que aquel sueño se deshizo

y la caída resulto cruenta.

Tal vez por pretender rizar el rizo,

en un instante se quebró el hechizo

de manera dramática y violenta.


Las caricias y halagos anteriores

por reproches amargos se cambiaron.

Donde hubo risas, brotaron rencores.

De aquel espléndido jardín de flores,

solo agudas espinas les quedaron.


Después llegaron hoscos los insultos

y las descalificaciones personales.

Es increíble que esos dos adultos,

pese a creerse sensatos y cultos,

puedan serenos causar tantos males.


El daño por el daño mismamente.

Si el corazón se siente malherido,

no atiende las razones de la mente.

A su propio dolor indiferente,

quiere tornar con creces lo sufrido.


Recurrieron a mil artimañas.

Nada calmaba su danza funesta.

Buscaron pleitos, urdieron patrañas,

se desangraron hasta las entrañas,

para hacerse la vida más molesta.


Seguir por tanto tiempo obsesionados

causó que los motivos olvidasen.

Y los duros ataques perpetrados

los dejó sin aliento y colapsados,

e hizo que hasta las quejas agotasen.


Como nada es eterno en esta vida

poquito a poco cesaron la lucha.

Comienza a vislumbrarse la salida

de aquella situación encallecida,

cuando uno de ellos, parece que escucha.


Ambos perdieron. Ya no hay resistencia.

Ninguno puede seguir el conflicto

y pactan una frágil coexistencia.

Recomponen los restos y en conciencia

saben que nadie ha resultado invicto.


La rutina se instala nuevamente.

No conciben motivos de alegría.

Ambos conocen que un tonto incidente,

con la tragedia que acecha candente,

incendiará la actual guerra fría.


¿Cuánto resistirán el compromiso?

¿Cómo soportarán el duro invierno?

¿Y, cuando aprenderán que es preciso

volver a replantar el paraíso,

en las cenizas tibias del infierno?



Àngel Agüeras

En el tren “El Gran Capitán”, entre Posadas y Buenos Aires, el 8 y 9 de abril de 2009